Lo que para Venezuela parecía un regalo caído del cielo, paradójicamente terminó siendo la gasolina que ha concluido incendiando al país llanero. Algunos analistas la han llamado “la maldición de los recursos naturales”, yo prefiero llamarla “la maldición de los gobernantes populistas”. Venezuela es el caso paradigmático del país con las reservas probadas de petróleo más grandes del mundo, de una nación que recibe por ingresos petroleros muchísimo más de lo que recibe Los Emiratos Árabes Unidos (cuya capital es la famosa ciudad de Dubai) y que tiene no solo islas artificiales sino además el edificio más alto del mundo. Venezuela, por el contrario, tiene una decadente infraestructura que data de su apogeo económico en la década de los 70 y su edificio más alto se encuentra abandono debido a un incendio que lo consumió hace ya varios años.
Venezuela es la prueba perfecta de que la economía está (y siempre estará) profundamente ligada con la política. En un régimen donde no se respeta la institucionalidad económica que vela por la competitividad de los mercados, la estabilidad jurídica y la apertura a la inversión, difícilmente se podrá respetar a largo plazo las instituciones propias de la democracia (sin las cuales ninguna sociedad capitalista podría florecer de verdad). La llegada de la dictadura a Venezuela era solo cuestión de tiempo, y muchos debieron haberlo previsto incluso desde la época de Hugo Chávez en donde aún se debatía si su régimen era un “autoritarismo competitivo” al estilo de los que describe Levitsky aquí en el Perú.
Era obvio que para que las medidas económicas proteccionistas, aislacionistas y sobre reguladoras que venia tomando en el campo económico el régimen chavista tuvieran cabida a largo plazo era necesario, eventualmente, restringir las incipientes instituciones de la democracia que aún seguían vivas. De otro modo, y como es natural, estas instituciones, bajo el liderazgo de la propia sociedad civil, acabarían deshaciendo las medidas como ha ocurrido a lo largo de toda la historia con los pueblos rebeldes que han luchado siempre por su libertad política y económica.
Primero fue RCTV, luego el canal de noticias opositor Globovisión, luego el arresto injustificado de Leopoldo López, y ahora, ya para llegar al climax, la destitución sin causa justificada de diputados opositores en la Asamblea Nacional (¡Mejor entonces disuelvan de una vez el parlamento!).
La violenta represión contra la diputada María Corina Machado en su intento por ingresar al Congreso de su país ha sido tan solo una muestra más de lo brutal de la represión y de lo desesperado que se encuentra el régimen por evitar su abrupta y estrepitosa caída.
Una caída que, por lo demás, es necesaria para que Venezuela pueda retomar el sendero del desarrollo y aprovechar el gran potencial que ha venido perdiendo debido al extraordinario despilfarro y la corrupción generalizada del gobierno.
Alrededor del 95% de las exportaciones de Venezuela dependen del petróleo. Esto es un poco más de 2 millones de barriles diarios. Esto durante los 14 años del gobierno de Hugo Chávez sumaron más de (léalo bien) 900 mil millones de dólares. Unas 8 veces el presupuesto del todo el Perú para este año. Hoy, con un barril de petróleo a 110 dólares (multiplicado por 2 millones de estos diarios) Venezuela no tendría excusa para no atender los urgentes problemas que tiene. Claro, o podría gastarlos, como lo ha venido haciendo, en mantener al gobierno de Cuba y sus satélites en todo Latinoamérica, seguir enriqueciendo los bolsillos de sus partidarios, o, como ya se ha vuelto costumbre, seguir reprimiendo a su pueblo.
Los canales democráticos en Venezuela han sido cerrados, y es por ello que hoy el único camino que le queda a la debilitada pero luchadora oposición venezolana es conseguir en el respaldo y la presión internacional una salida a esta crisis que devuelva lo antes posible la democracia y lleve a Venezuela a ser la economía prospera, abierta y sobre todo, muy rica, que debería ser.